sábado, 19 de junio de 2010

En sus manos, literalmente

El apunte estratégico de hoy, directo a la vena: No hay cliente chico, ni menos importante. Todos, hasta el más tacaño y errático, merecen trato especial, atención esmerada e, invariablemente, comprensión de sus necesidades y exigencias. Porque en este mundo, pequeño como un pañuelo, más temprano que tarde, el futuro de cualquier emprendimiento, o el de cualquier emprendedor, estará en las manos de sus clientes. Literalmente.

En 1989 el mundo cambió para siempre. En realidad pasa todo el tiempo pero ese año fue especial: cayó el Muro de Berlín, se produjo la revuelta de la plaza de Tiananmen, biólogos italianos descubrieron el mecanismo para crear animales transgénicos, se creó el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), le dieron el Nobel de la Paz al Dalái Lama y se lanzó la primera emisión mundial de Los Simpson.

En diciembre de ese año el Perú agonizaba en las manos de un flaco y antiimperalista Alan García, ocupado durante los últimos días de su primer desgobierno, en justificar el antimodelo económico que nos llevó al desastre total. Pero a mis amigos y a mí, lo único que nos interesaba realmente era a quién íbamos a llevar a nuestra fiesta de promoción.

Para nosotros, lujuriosos adolescentes, encerrados por voluntad propia entre los cuatro muros del Colegio Militar, lo más importante era saber, más allá de quién era el más fuerte, quién era el más inteligente o quién la tenía más larga, quién llevaría a la chica más bonita y apetecible de la fiesta. ¿Qué esperan? Teníamos 16 años y usábamos uniforme militar. No éramos precisamente los Little Einstein.

En esos días soleados, los más agitados estábamos empeñados en planificar la estrategia para dejar las “manualidades” en el olvido y botar al fin esos solidarios y pringosos afiches de Bélgica Rodas y Clarita Castaña de los muros de las cuadras. Esa noche íbamos a dejar de tajar el lápiz. ¡Esa noche empezaríamos a dibujar!

Precisamente por eso es que la elección de la pareja de promoción era tan difícil. La chica no sólo debía ser linda, también debía estar dispuesta a más que besos. Y, aunque no lo crean mis lectores más jóvenes, en 1989, las chicas sexualmente activas eran muy escasas, o muy discretas.

Mi chica (la ciega) de ese tiempo era (es) muy bella, pero era (es) un poquito más tolerante que una monja. Estaba frito. Sin embargo, debido a muchas coincidencias, que detallaré en siguientes entradas, ese año sostuve paralelamente una peligrosa, pero no por eso menos grata, relación con una chica preciosa, seis años mayor que yo, casada y con un hijo. Venus, así le decía yo.

Sin embargo, en lugar de facilitar las cosas, esta situación las empeoró. Mi chica (la ciega) se enteró del engaño. El marido adornado, también. Por eso Venus se fue a Argentina, a vivir con su mamá. Yo me quedé sin enamorada y, por eso de la solidaridad femenina, también sin amigas. Esto produjo lógicamente que me quede sin pareja de promoción.

Si no fuera por mi buen amigo Toño, yo no habría ido a esa fiesta. Con un discurso épico e inspirador me persuadió de ir con una amiga suya, una chica recontra buena gente, inteligente y, seguramente, de buenos sentimientos… pero fea. María no asustaba, ni mucho menos, pero tenía rasgos duros. Lo que más me impresionó fue el tamaño de sus enormes manos.

La fiesta fue un martirio, pero no para mí. Apenas llegamos ubiqué a María en la mesa que nos habían designado, le serví una copa de vino y no la volví a ver sino hasta las 5:30 a.m., en que acabó la fiesta. Es que, como no hay tonto sin suerte, el buen José Miguel había llevado a su prima Mabel, una chica linda a la que yo había afanado sin éxito durante ese verano. Ella fue mi tabla de salvación. Sí, no le gustaba, pero por lo menos le caía bien. Por eso, luego de saludarnos, me la llevé a bailar.

Toda esa noche la pasé con Mabel. Estuve simpático, ocurrente, entretenido, chispeante: era otro. Mabel sólo bailó conmigo y justo cuando sonaba “Cuts like a knife”, de Rocwell, nos besamos. Así se jodió todo. José Miguel, que se aburría a morir en su mesa, se paró, cogió a Mabel del brazo y le dijo nos vamos. Yo la cogí del otro y le dije se queda. Él me golpeó en la boca. Y nunca más volvimos a hablarnos.

Visiblemente molestos, Toño y la recontra buena gente María se acercaron a mí. Toño me dijo, por lo menos ten la amabilidad de dejarla en su casa, y se fue con su chica. Eran las 5:30 de la mañana y ya todos se iban. María, me preguntó con ironía que qué tal la había pasado. Yo le dije que, hasta antes del puñetazo, muy bien, gracias.

Salimos del club donde se hizo la fiesta y en el estacionamiento estaba mi papá, esperándonos. Hice subir a María en el asiento de adelante y nos fuimos a dejarla a su casa. No recuerdo nada después de echarme en el asiento de atrás. Había bailado toda la noche y además estaba grogui por el golpe de José Miguel.

Luego, con los años, aprendí a hacerle ruido a la memoria para evitar la vergüenza que estos recuerdos me producen, a amontonarlo, a desordenarlo todo, para no distinguirlo.

Sin embargo, la vida siempre se encarga de poner todo en su sitio. Veintiún años después, con 37 calendarios encima, felizmente casado y con hijos, con un buen presente profesional, me veo obligado (por la empresa) a pasar por un chequeo médico completo. Com-ple-to. Es mejor prevenir que lamentar, dicen los entendidos.

Y en eso estaba en una clínica local cuando, luego de los rayos X, las pruebas de esfuerzo físico y de sangre, me preguntan por mi edad. La digo y me indican que pase al consultorio del urólogo. Al mal paso, darle prisa, pienso. Total, todos mis amigos están pasando por lo mismo.

Cuando entro al consultorio me doy cuenta, por el cartel del escritorio, que se trataba de una uróloga. En ese momento, ella se lavaba las manos en el baño. Leí el nombre: Dra. M. Desangelada Brillante, Uróloga. Y, mientras leía esto, una enorme mano se extendió ante mis ojos, exageradamente abiertos, para saludarme.

La reconocí inmediatamente. Sí pues, María era inteligente y, pese a los años, estaba igualita. Me estrechó la mano y, casi sin mirarme, me dijo secamente, pase detrás del biombo, quítese el pantalón y la trusa, póngase la bata, luego venga e inclínese en la camilla. Así, sin pestañear.

Mientras se ponía los guantes, se sobó las manazos deleitosa y estoy seguro de que recordó mi fiesta de promoción. Incluso creo que sonrió de medio lado. Pero yo no podría asegurarlo, no. Salí de allí corriendo como un loco, seguro de que me moriré de cualquier cosa horrible, menos de un artero y poco digno cáncer a la próstata.

10 comentarios:

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  2. Me encantó tu post, sigue así Guss!!

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  3. jajajajaaja jajajaajajaja y más jajaajajaja muy buen post!!!

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  4. 'Tavo, excelente post... larga vida y prosperidad para María... JAJAJAJAJAJA!!!!

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  5. jajajaja, amigoo muy bueno!! jajaja...

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  6. bu bu bu buenaza Gus!!!!!, te felicito, y como verás... la venganza demora sus añitos pero llega!!!!!!!

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  7. jajajjaj, entretenido, divertido, atrevido, me ha gustado mucho!! sigue escribiendo que quiero seguir leyendote querido Gustavo!

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